miércoles, 28 de agosto de 2013

El Gato Negro


Hola, con esta entrada inauguro oficialmente este blog, antes que nada quiero agradecerle a mi amigo Bills por corregir el texto, tambien hacerle algunas observaciones y ayudarme con las notas, espero poder subir una entrada semanal y que quien llegue por aquí y se tome el tiempo de leerlos le resulten interesantes, iniciare con una de las anécdotas que mi abuelo me contaba más, siempre me han gustado este tipo de historias y él siempre ha gustado de platicar sus memorias así que no era extraño verme pidiéndole que volviera a relatarme sus anécdotas en mi afán por no olvidarlas, la siguiente es una de las que más le pedía.



El gato negro


El abuelo cuenta que en la época en la que mi mamá y su hermana mayor eran todavía muy pequeñas, su familia era bastante pobre. Vivían en una casa de dos habitaciones. Una de ellas cumplía la función de comedor y cocina y la otra de dormitorio.  Como el lugar donde vivían era muy caluroso, él acostumbraba dormir varias noches en un petate[1] sobre el suelo de la habitación que hacía de comedor y cocina. Como las niñas y mi abuela dormían en la otra estancia,  él se encontraba solo en esa,  separado solamente por una puerta. Pese a su pobreza, la casa estaba bien construida y cerrada, no deseaban que pudiesen colarse animales o algún maldadoso[2] que quisiera jugarles una mala pasada.

Una noche de aquellas, en las que el abuelo dormía en el petate,  las cosas no fueron tranquilas como el resto de las noches. Aunque no le costó conciliar el sueño, al poco rato la intranquilidad de sentirse observado lo despertó de golpe.  Se encontró acompañado en la habitación por un gato negro “extraño”.  Él afirmaba que no sabía decir qué era exactamente lo singular en aquel animal, solo que era extraño, como si no fuese un ser vivo común.  No podía explicarlo, pero contaba que fue como si supiera inmediatamente que se trataba de algo malo.

Se levantó y fue inmediatamente por un cuchillo pero, cuando lo tuvo y buscó con la mirada al animal, no encontró rastro alguno de él, la puerta de la habitación donde estaban sus hijas y mi abuela estaba cerrada, por las dudas, se asomó a buscarlo pero no había nada ahí. Revisó que las únicas dos ventanas de la casa estuviesen bien cerradas y la puerta también. Todo estaba en su lugar pero no había ni rastro del gato.  Debo mencionar que mi abuelo era un hombre muy valiente, de hecho no solo valiente también  intrépido, terco, testarudo y de hecho bastante inconsciente.

Pensando que aquello que había visto podía ser un “mal espíritu[3]” se volvió a acostar, pero esta vez con el cuchillo cerca de su petate, por si  al gato se le ocurría volver a aparecerse.  No se equivocó,  después de un rato de dormirse volvió a despertar con aquella inquietante sensación de ser observado, el gato caminaba a su alrededor cuando se incorporó y agachándose por el cuchillo se distrajo lo suficiente como para que cuando lo buscase, el animal nuevamente hubiese desaparecido de su vista. Enojado por la burla de aquella “cosa” que ya lo había levantado dos veces, se volvió a acostar y tardó un poco más en conciliar el sueño.  Al poco rato nuevamente le despertó la misma sensación, era el gato otra vez.  Con cuidado tomó el cuchillo que tenía a su lado sin erguirse  procurando  no quitarle la vista de encima, no fuese que como las veces anteriores desapareciera solo dios sabía cómo nada más dejar de verle. Mi abuelo me platicaba a menudo que no solo existen los muertos y los vivos, también existen personas malas que valiéndose de “cosas oscuras[4]” pueden salir de su cuerpo para ir a molestar a la gente, ya sea en forma de animal o en forma de espíritu, asustándolos o provocándoles males.  Él pensaba en ese momento que aquel gato podía ser alguna de esas cosas, tal vez una mujer enfadada, un mal espíritu o solo un animal muy listo que había encontrado el modo de colarse dentro de la casa de alguna forma que él no lograba explicarse aún.

Mi abuelo logró tomar el cuchillo y el gato aún estaba ahí, confiando en su buena puntería por ser un excelente jugador de béisbol,  lanzó el utensilio al animal, pero este ni se movió. El cuchillo fue a dar contra la pared, pues el gato había desaparecido frente a sus ojos.

Fue en aquel momento cuando mi abuelo supo que aquella cosa no era de este mundo. Recordó entonces lo que dicen los más viejos: “los malos espíritus no se acercan a los inocentes”.  Pensando en ello fue a la habitación contigua,  tomó a la más pequeña de sus hijas y la llevó con él al petate.  La niña, que era mi madre,  estaba tan dormida que ni cuenta se dio. Mi abuelo la abrazó y se quedó dormido a su lado y la bestia no volvió a molestarlo aquella noche.

Al día siguiente el abuelo le contó todo lo sucedido a su esposa, mi abuela, y esta lo llevó con un curandero que  le dijo que seguramente aquel había sido, en efecto, un mal espíritu que buscaba llevárselo con él, pues no podía descansar en paz y buscaba compañía. 

Mi abuela, contradictoria, creyendo lo que le decían en la consulta, pero no queriendo valerse de los “remedios” del curandero, optó por hacer lo que se hace en esas ocasiones por estos lugares; pagar una misa de difuntos por el descanso del alma en pena y que así esta pueda descansar en paz y dejar a los vivos vivir. Cierto o no, a mi abuelo aquel  gato negro no volvió a buscarlo y el incidente no se volvió a repetir.

  


[1] El petate, es un tipo de alfombra tejida o estera que se utiliza en América Central y en México, elaborada a base de fibras de la planta llamada palma de petate. La Real Academia Española lo define como estera.
[2] Maldadoso.- Acostumbrado a cometer maldades.
[3] Mal espíritu.- Referido al espíritu de una persona que no logra descansar en paz y busca causar mal a los vivos.
[4] Cosas oscuras.- referente a tratos con el diablo o pactos con muertos.